En 1820 Alexander Pearce fue condenado a siete años en la colonia penitenciaria por el robo de seis pares de zapatos. Tras dos años de reclusión Pearce decidió fugarse. Un 20 de septiembre de 1822 se hizo con un bote y junto con otros siete compañeros cruzó a remo la bahía de Marcquarie Harbor y se internó en la maleza.
Los convictos se encontraron con un terreno difícil, plagado de de abruptos barrancos que surgían entre densos matorrales de enredaderas y troncos podridos. En una semana agotaron sus víveres momento en el que los huidos no tuvieron otra opción que discutir quien debía caer primero. Alguien mencionó el nombre de un tal Dalton que en el pasado había sido un conocido soplón. A todos les pareció bien y la cabeza de Dalton fue la primera en caer bajo el hacha de Greenhill, el más decidido del grupo y además el que había sugerido el nombre del chivato.. Luego Dalton fue devorado.
El canibalismo plantea una lógica implacable que pronto quedó clara para los siete supervivientes: Dalton no tardaría en acabarse y alguien tendía que ocupar su puesto. Los más atemorizados eran los más débiles. Dos de ellos se escurrieron entre los intricados montes de las sierras de Engineer; el resto los persiguió para darles caza pero los doblemente huidos lograron regresar al puerto de Marquarie aunque en tal estado de privación que no tardaron en morir.
La cifra de convictos libres se había reducido a cinco. El 15 de Octubre el siguiente en caer bajo el hacha de Greenhill fue Bodenham. Ahora quedaban cuatro. Alcanzaron el territorio de los Tiers occidentales en plena manía persecutoria aunque jurándose no comerse entre sí. Sin embargo en llano abierto nadie podía esconderse, nadie podía avanzar más deprisa que sus compañeros, nadie podía correr para ponerse a salvo, y Greenhill seguía empuñando el hacha. Estaban ligados por un lazo cada vez más estrecho, destinados a comer o ser comidos, a matar o perecer. Por fin a finales de octubre Greenhill, poniendo en práctica una vez más su espontánea costumbre sangrienta, se acercó a Mather por detrás y le descargó un golpe en la cabeza con su inseparable hacha. Mather no murió en seguida y no lo haría hasta esa noche mientras los demás esperaban alrededor del fuego. Por último Greenhill cansado de esperar le dio media hora para poner en orden sus asuntos con Dios y luego le remató.
A Mather no tardón en seguirle Travers intimo amigo de Greenhill y a pesar de ello el siguiente en la macabra lista. Al final ya sólo quedaban Greenhill y Pearce en la inmensidad de las planicies australianas. La extraña pareja cruzó el agradable paisaje de ondulantes prados manteniéndose a distancia prudencial el uno del otro, deteniéndose y reanudando la marcha al mismo tiempo. Ambos sabían que el primero en ser vencido por el sueño sería hombre muerto. Se vigilaban de día y, despiertos junto al fuego, también de noche. Asi pasaron los días hasta que Greenhill sucumbió, se adormiló un instante y Perece lo mató continuando su camino en solitario y con partes de Greenhill como alimento para el camino.
La fuga prosiguió durante dos meses hasta que por fin el fugitivo fue capturado. Durante el juicio por su fuga confesó todo lo ocurrido. Pero puesto que nadie creyó su grotesca fábula y las autoridades lo devolvieron al penal de donde se había fugado y de donde se volvió a escapar en esta ocasión en dirección Norte. Para entonces Pearce había, por lo que parece, adquirido la costumbre de llevar ganado humano en sus correrías ya que su compañero de fugas, Thomas Cox, terminó por servirle de alimento. Pearce volvió a ser capturado pero esta vez también se halló el cadáver desmembrado y abierto en canal de Cox con lo que su nueva confesión resultó algo más creíble. Pearce fue condenado a muerte y ejecutado. Su cabeza fue comprada y disecada por un tal señor Crockett del hospital colonial de Hobart quien posteriormente la regaló al norteamericano Samuel Norton gran coleccionista de calaveras.
Dos bocetos de Pearce, después de su ejecución, se conservan en un álbum de dibujos ("Tasmanian bushrangers" ), del artista convicto Thomas Bock(1790–1855).
La historia de Pearce está contenida en una narrativa, escrita por el reverendo Robert Knopwood (1763-1838), quien interrogo a Pearce en 1824.
Hoy en día la cabeza de Pearce esta expuesta en una vitrina de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia.
Los convictos se encontraron con un terreno difícil, plagado de de abruptos barrancos que surgían entre densos matorrales de enredaderas y troncos podridos. En una semana agotaron sus víveres momento en el que los huidos no tuvieron otra opción que discutir quien debía caer primero. Alguien mencionó el nombre de un tal Dalton que en el pasado había sido un conocido soplón. A todos les pareció bien y la cabeza de Dalton fue la primera en caer bajo el hacha de Greenhill, el más decidido del grupo y además el que había sugerido el nombre del chivato.. Luego Dalton fue devorado.
El canibalismo plantea una lógica implacable que pronto quedó clara para los siete supervivientes: Dalton no tardaría en acabarse y alguien tendía que ocupar su puesto. Los más atemorizados eran los más débiles. Dos de ellos se escurrieron entre los intricados montes de las sierras de Engineer; el resto los persiguió para darles caza pero los doblemente huidos lograron regresar al puerto de Marquarie aunque en tal estado de privación que no tardaron en morir.
La cifra de convictos libres se había reducido a cinco. El 15 de Octubre el siguiente en caer bajo el hacha de Greenhill fue Bodenham. Ahora quedaban cuatro. Alcanzaron el territorio de los Tiers occidentales en plena manía persecutoria aunque jurándose no comerse entre sí. Sin embargo en llano abierto nadie podía esconderse, nadie podía avanzar más deprisa que sus compañeros, nadie podía correr para ponerse a salvo, y Greenhill seguía empuñando el hacha. Estaban ligados por un lazo cada vez más estrecho, destinados a comer o ser comidos, a matar o perecer. Por fin a finales de octubre Greenhill, poniendo en práctica una vez más su espontánea costumbre sangrienta, se acercó a Mather por detrás y le descargó un golpe en la cabeza con su inseparable hacha. Mather no murió en seguida y no lo haría hasta esa noche mientras los demás esperaban alrededor del fuego. Por último Greenhill cansado de esperar le dio media hora para poner en orden sus asuntos con Dios y luego le remató.
A Mather no tardón en seguirle Travers intimo amigo de Greenhill y a pesar de ello el siguiente en la macabra lista. Al final ya sólo quedaban Greenhill y Pearce en la inmensidad de las planicies australianas. La extraña pareja cruzó el agradable paisaje de ondulantes prados manteniéndose a distancia prudencial el uno del otro, deteniéndose y reanudando la marcha al mismo tiempo. Ambos sabían que el primero en ser vencido por el sueño sería hombre muerto. Se vigilaban de día y, despiertos junto al fuego, también de noche. Asi pasaron los días hasta que Greenhill sucumbió, se adormiló un instante y Perece lo mató continuando su camino en solitario y con partes de Greenhill como alimento para el camino.
La fuga prosiguió durante dos meses hasta que por fin el fugitivo fue capturado. Durante el juicio por su fuga confesó todo lo ocurrido. Pero puesto que nadie creyó su grotesca fábula y las autoridades lo devolvieron al penal de donde se había fugado y de donde se volvió a escapar en esta ocasión en dirección Norte. Para entonces Pearce había, por lo que parece, adquirido la costumbre de llevar ganado humano en sus correrías ya que su compañero de fugas, Thomas Cox, terminó por servirle de alimento. Pearce volvió a ser capturado pero esta vez también se halló el cadáver desmembrado y abierto en canal de Cox con lo que su nueva confesión resultó algo más creíble. Pearce fue condenado a muerte y ejecutado. Su cabeza fue comprada y disecada por un tal señor Crockett del hospital colonial de Hobart quien posteriormente la regaló al norteamericano Samuel Norton gran coleccionista de calaveras.
Dos bocetos de Pearce, después de su ejecución, se conservan en un álbum de dibujos ("Tasmanian bushrangers" ), del artista convicto Thomas Bock(1790–1855).
La historia de Pearce está contenida en una narrativa, escrita por el reverendo Robert Knopwood (1763-1838), quien interrogo a Pearce en 1824.
Hoy en día la cabeza de Pearce esta expuesta en una vitrina de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia.
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